De Escaparates

De Escaparates

Nunca me podré olvidar del escaparate que me cautivó desde mi más tierna infancia. Era de una tienda que vendía de todo, como los drug stores del oeste americano, con la particularidad de que los juguetes ocupaban casi la mitad de su género, al igual que su reducido escaparate.

Este actuaba como un imán mágico que te arrastraba a su presencia cuando pasabas por su zona de influencia. Mi hermano y yo siempre caíamos con gozo, asomando nuestras narices y quedándonos largo rato deleitándonos con lo que tenía, mientras mi madre soportaba la espera con bondadosa resignación (sabía lo importante que era para nosotros ese momento). La tienda nos imponía respeto, nunca entrábamos si no era acompañados por un adulto (mi madre), pero daba igual porque nos conformábamos con el escaparate. Allí estaba lo mejor.

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S6 en escaparate 02
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Nuestra tienda la llevaba un matrimonio mayor que tenía un hijo también mayor (como entonces nos parecía a nosotros) y era maravillosa por que no sólo tenía juguetes, también vendía maquetas. El hijo las montaba, las transformaba y las exponía en el escaparate, y lo hacía con un virtuosismo fuera de lo común. Nos parecía imposible que alguien pudiera hacer las maquetas tan bien hechas. El tiempo que nos quedábamos hipnotizados era el que tardábamos en procesar el análisis de trabajo de cada pieza. Cuando llegábamos a casa y comparábamos las visiones que habíamos tenido con nuestras  propias creaciones sabíamos que nos quedaba un largo camino hacia la perfección. Pero esto no nos afligía, nos ilusionaba, porque pensábamos que para llegar eso también tendríamos que ser  muy mayores. Podíamos esperar.

S6 en libreria 01
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Poco a poco más amigos se sumaron a esta afición y cuando íbamos en tropel a ver el escaparate muchas veces nos empujábamos para poder verlo bien, nos molestábamos y enfollonábamos gritando de emoción, lo que nos valió más de una vez alguna llamada de atención por parte de los dueños. Nuestro escaparate era muy dinámico, cambiaba continuamente, y eso nos enriquecía. Las maquetas se alternaban con dioramas perfectamente ambientados en diferentes escenarios bélicos. Todo nos llevaba, a mi hermano, a mis amigos y a mi, a imitar lo que veíamos con una interpretación bastante libre donde el juego se imponía sobre la regla a seguir.

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Con los años me vi capaz de empezar a pintar seriamente mis primeras figuras y con una lista de colores me dirigí con decisión a la tienda para comprar pinturas de profesional. Esta vez el escaparate no me entretuvo, pasé el umbral con decisión sin compañía de nadie y allí me encontré cara a cara con el hijo mayor del matrimonio más mayor. Parecía un duelo entre el maestro y su discípulo (aunque no me conociese). Estaba tenso, aún me imponía ese ambiente interior con el que no estaba tan familiarizado, pero pude disparar mi voz empezando a enumerar los botes de colores que necesitaba. Ahí quedaba eso, cinco botes eran suficientes para dejar claro el cambio de hegemonía, el gran maestro tenía los días contados… Cuando  contestó me desbarató: «¿así que vas a pintar soldados alemanes, eh?». Con sólo cinco colores lo adivinó.

Hasta que no me vine a vivir a Madrid el pequeño escaparate fue mi punto neurálgico de conocimiento, y aunque en la capital encontré otros muy buenos nunca me causaron tan honda impresión como el de mi gran maestro.

 

http://getxosarri.blogspot.com.es/2012/10/la-ilusion-de-plomo-un-escaparate-en.htm

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